La violencia en las escuelas
- grupopsicus
- 8 oct 2015
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Los casos de violencia e intolerancia que se registran en el país no dejan de representar reportes que generan alarma y preocupación para autoridades civiles y para la ciudadanía en general. La realidad social del país parece traducirse en un estado de desconfiguración de las virtudes axiológicas, donde el uso de la violencia aparece como un mecanismo legítimo de influencia social capaz de servir como medio de resolución de eventos conflictivos; la violencia se asume en gran medida como un instrumento para la obtención de beneficios individuales o grupales.
Una sentencia como la descrita parece pesimista, sin embargo, detrás de lo enunciado se encuentran años de estudios que psicólogos y sociólogos han desarrollado alrededor del mundo para lograr la comprensión del sentido social de la violencia. Un escenario tristemente reconocido en los últimos años como fuente de violaciones personales, maltrato e intimidación es la escuela, a través de las formas de violencia entre compañeros conocida como bullying.
Este fenómeno, llamado por los medios de comunicación con el rimbombante y desatinado nombre de “matoneo”, ha constituido una seria preocupación para las autoridades educativas de nuestro país, al punto que hoy día se han sancionado leyes que buscan su prevención obligatoria y control por parte de las instituciones educativas. La realidad de la violencia entre compañeros en las escuelas es tan cruda, que con frecuencia los episodios de acoso e intimidación pueden conllevar a efectos muy adversos para los implicados como el fracaso escolar, la aparición de alteraciones psicológicas como la depresión, la ansiedad, la conducta disocial, la inadaptación a la escuela y hasta el suicidio. El Caribe colombiano es una región en la cual los casos de acoso escolar son numerosos y repetitivos, diversas investigaciones realizadas con estudiantes de escuelas privadas y públicas de ciudades como Montería, Barranquilla y algunos municipios de Cesar, entre otros, revelan que tanto hombres como mujeres participan de acciones dirigidas a mortificar a sus compañeros con plena conciencia del daño que pueden generar, sin embargo, este es una fenómeno en el que los viejos argumentos de la disciplina, la “mano dura” con los agresores o las sanciones de tipo administrativo y curricular no tienen efectos significativos, dado que los refuerzos que reciben los estudiantes a través del rol social que cumplen con las acciones de maltrato supera las estrategias que las instituciones y docentes emplean para mitigar el fenómeno.
La violencia que niños, niñas y adolescentes ejercen en contra de sus compañeros tiene entonces un asiento social, en el que la agresión ha sido entendida como una vía de influencia que facilita ganar estatus, favorece a la popularidad y “vende” una imagen de fortaleza que resulta seductora para quienes agreden y para quienes atestiguan las agresiones. La contraparte está en los estudiantes victimizados, entre quienes llamativamente parece común la generación de un sentimiento de identificación con el maltrato, el cual es naturalizado y asumido como una forma cotidiana de interacción.
Tales son los avances en la comprensión del fenómeno de la violencia que se han venido desarrollando en los años más recientes en nuestro contexto gracias a los hallazgos investigativos obtenidos por el grupo de investigación PSICUS (Psicología, Cultura y Sociedad) del programa de Psicología de la Corporación Universitaria Reformada de Barranquilla, cuyos estudios con alumnos barranquilleros de diversos estratos han facilitado la exploración de la forma en la cual los estudiantes interactúan en las escuelas, lo que ha servido de base para la comprensión de dinámicas sociales capaces de explicar la acciones de violencia que cada día son más comunes en los centros educativos de toda la nación.
Los resultados de estos investigadores caribeños develan que la estereotipada historia televisiva estadounidense para adolescentes, en la cual el capitán de algún equipo deportivo y sus coequiperos tienen las “mejores chicas” del High School (al español latino se traduce como “la preparatoria”), y mortifican a los estudiantes impopulares, es tristemente una realidad común a nuestra sociedad, obviamente con las transformaciones propias de la realidad “criolla” de nuestro país, pero con guiones similares y casi nunca con finales donde cada quien recibe lo que merece.
En nuestras escuelas, los estudiantes impopulares son cada vez más maltratados y los agresores cada vez más fuertes, lo cual se debe no a una lógica ligera de las cosas, sino a la estructura misma del sistema social que chicos y chicas construyen en la escuela, a veces, bajo la mirada impasible de la misma.
Un fenómeno como el descrito requiere medidas de atención integrales; si bien las secretarías de educación de nuestra región (y del país) reconocen hoy día la importancia de realizar trabajos dentro de sus planes de acción respecto al tema de la violencia en las escuelas, no resulta suficiente la mera difusión informativa del fenómeno. Se requiere de la participación de todos los actores de las comunidades académicas, así como de la generación de una disposición institucional por el cuidado y protección de nuestra niñez y juventud, mediante la construcción de escenarios de participación social que deriven en la generación de políticas públicas para la reducción y eliminación del maltrato en las comunidades educativas.
Las transformaciones sociales requieren inversiones sociales, que representan tiempo, dedicación, recursos humanos y económicos suficientes, una tarea que las autoridades educativas deben asumir con el fin de gestionar alternativas eficaces que contribuyan a la reconstrucción de nuestro entramado social desde la escuela con valores y principios mínimos de convivencia, tal apuesta es esencial para aportar al desarrollo de nuestros niños, niñas y jóvenes.
José Ávila-Toscano
Líder cientíico Grupo de Investigación PSICUS
Corporación Universitaria Reformada
Barranquilla, Colombia
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